
Raymond Queneau creó un libro con diez páginas y billones de formas de leerlo.
En el mundo de la literatura, hay obras que rompen los moldes. Una de ellas es Cent mille milliards de poèmes, publicada en 1961 por Raymond Queneau, un escritor francés que supo combinar poesía y matemática en un experimento tan original como descomunal. En español, el título se traduce como Cien billones de poemas, y no es una exageración.
La idea es simple, pero poderosa: diez sonetos, cada uno impreso en una página distinta, donde los versos fueron cortados en catorce tiras. Eso permite que cada uno de los catorce versos del poema pueda combinarse con los de los otros nueve sonetos, generando así nuevas versiones cada vez que se reorganizan las líneas.
Matemáticamente, el cálculo es sencillo: son 10 opciones para cada uno de los 14 versos. Es decir:
10¹⁴ = 100.000.000.000.000
O sea, cien billones de combinaciones posibles. Un número que cuesta dimensionar.
Queneau no se quedó solo en el truco estructural. Cada verso tiene la misma métrica y rima que sus equivalentes en las demás páginas. Eso garantiza que cualquier combinación funcione como poema, sin romper el ritmo ni la estética del soneto clásico.
En el contexto argentino, vale aclarar que usamos la escala larga para los números, donde un billón es un millón de millones. En Europa, el término puede prestarse a confusión, ya que "milliard" equivale a mil millones. Pero sea cual sea la escala, el punto está claro: es un número gigantesco de posibles poemas.
El juego que propone Queneau es, además, infinito en el tiempo. Si alguien se propusiera leer una versión distinta cada 45 segundos, sin parar para nada —ni para comer, ni dormir—, tardaría más de 190 millones de años en completar todas las combinaciones posibles. Para un librito de diez páginas, es una locura hermosa.
Más allá del número, lo fascinante es el concepto. Queneau creó una obra participativa, donde el lector no solo lee: también arma el poema. Es un poema colectivo, una poesía construida entre el autor y quien la recorre. No hay una versión definitiva. Cada lectura es única.
Hoy, a más de seis décadas de su publicación, la obra sigue generando curiosidad, debates y asombro. En plena era digital, donde los algoritmos producen textos a ritmo de vértigo, este artefacto poético de papel sigue demostrando que la creatividad puede brotar de fórmulas simples y estructuras claras.
El cruce entre matemática y poesía no es nuevo, pero pocas veces fue tan elegante y accesible como en Cien billones de poemas. Con apenas diez páginas, Queneau diseñó una experiencia literaria que no se agota. No hay finales, no hay caminos únicos, no hay "la" versión correcta.
Este experimento sigue inspirando a escritores, docentes, matemáticos y artistas visuales. También se convirtió en objeto de culto para los fanáticos de los juegos del lenguaje, que encuentran en esta obra un territorio fértil para la exploración.
El mensaje es claro: la poesía puede jugarse. Puede desarmarse, rearmarse, combinarse, reinventarse. Y en un mundo donde todo parece acelerado y efímero, un libro que te puede acompañar durante millones de años suena a regalo.