
Leer en pantallas o en papel puede activar zonas distintas del cerebro humano.
Leer siempre fue una parte esencial de la experiencia humana. Desde que se inventó la escritura, esta habilidad nos permitió transmitir ideas, preservar conocimientos y conectar generaciones. Pero con la llegada de lo digital, la forma en que leemos cambió, y no es solo una cuestión de soporte: también se transformaron los ritmos, las estrategias y el entorno que rodea a la lectura.
Hoy en día, la atención de las personas compite con las notificaciones del celular, las redes sociales y el flujo constante de información que aparece en la pantalla. En ese contexto, surge una pregunta clave: ¿hay una forma correcta de leer? Aunque no hay una única respuesta, psicólogos, neurocientíficos y especialistas en literatura coinciden en algo: cómo leemos depende de para qué lo hacemos, en qué ambiente y con qué intención.
Del libro al scroll
Hasta hace unas décadas, el libro era el rey absoluto de la lectura profunda. Pero con el tiempo, eso cambió. Por ejemplo, encuestas realizadas en Estados Unidos muestran que cada vez se leen menos libros, y que en promedio se dedican apenas 26 minutos diarios a la lectura. En cambio, pasamos más de tres horas mirando la tele o navegando por internet.
Esta modificación en los hábitos no es casual. Estamos expuestos a muchísima más información que antes. Algunas investigaciones señalan que hoy en día procesamos el equivalente a 174 diarios llenos de datos... todos los días. En ese mar de contenidos, se volvió común usar estrategias de lectura más rápidas, como el famoso "skimming", que consiste en escanear el texto para captar la idea general sin detenerse demasiado.
Skimming vs lectura profunda
El skimming y la lectura profunda no son enemigos, sino dos caras de una misma moneda. El primero es útil cuando necesitamos información rápida o tenemos que enterarnos de algo sin profundizar. Ideal para artículos breves o textos livianos, según explica Joanna Christodoulou, experta en ciencias de la comunicación y salud.
En cambio, la lectura profunda requiere tiempo, concentración y cierto esfuerzo. Implica conectar ideas, pensar lo que se está leyendo y reflexionar. Estudios recientes muestran que este tipo de lectura activa zonas del cerebro relacionadas con la memoria, la imaginación y la creatividad. Pero claro, lograrla en un mundo lleno de distracciones no siempre es sencillo.
Pantallas, cerebro y multitarea
La lectura en dispositivos electrónicos también generó bastante polémica. Algunos investigadores sostienen que las pantallas fomentan una lectura superficial, ya que los textos digitales suelen ser más fragmentados, breves y están acompañados de estímulos externos como notificaciones o mensajes entrantes.
Maryanne Wolf, autora de “Reader, Come Home”, compara al lector actual con un colibrí: salta de flor en flor, sin quedarse demasiado en una sola. Para ella, el cerebro se está acostumbrando a moverse rápido y a no detenerse a pensar lo que se lee.
Otros, como Daniel Willingham, opinan distinto. Según él, el problema no es tanto la capacidad de atención, sino el tiempo que decidimos o no dedicarle a una lectura más profunda. En resumen, no es que no podamos leer como antes: es que no siempre elegimos hacerlo.
Lectores distintos, métodos distintos
No todos leemos igual. Cada persona tiene su forma, su ritmo y su contexto. Por ejemplo, quien lee informes técnicos probablemente utilice el skimming para encontrar lo importante, mientras que alguien que disfruta de la poesía seguramente se tome su tiempo y vaya más despacio, saboreando cada palabra.
Además, tener un vocabulario amplio ayuda a entender mejor los textos. Cuanto más familiaridad se tenga con ciertos términos y estructuras, más fácil se hace seguir el hilo de lo que se está leyendo. Por eso, la práctica y la exposición constante a distintos géneros son clave para mejorar como lector.
Ciencia y lectura
En los años 50, algunos experimentos buscaron acelerar la lectura con dispositivos como el tacistoscopio, que entrenaba los ojos para captar palabras más rápido. Aunque esas herramientas mostraban resultados al principio, no ofrecían mejoras duraderas, y la ciencia terminó enfocándose en cómo trabaja el cerebro mientras leemos.
Hoy, los estudios apuntan a que lo importante no es leer rápido, sino saber cuándo conviene hacerlo. Leer un paper académico, por ejemplo, puede requerir un mix entre skimming (para detectar los puntos clave) y lectura profunda (para entender conceptos complejos). Esa flexibilidad para adaptarse es una habilidad fundamental en el mundo actual, donde no todo lo que leemos se presenta de la misma forma ni exige el mismo esfuerzo.