
René Favaloro, símbolo de la ética médica, dejó cartas que aún interpelan al país.
Aquel sábado 29 de julio del año 2000, el invierno en Buenos Aires fue más frío que nunca. René Favaloro, a sus 77 años, decidió poner fin a una vida entregada a la medicina, la ética y la lucha por un sistema de salud más justo. Lo hizo en silencio, en su departamento de Palermo, dejando siete cartas y un vacío que, 25 años después, aún conmueve.
Favaloro no fue un médico más. Fue el creador del bypass aortocoronario, una técnica revolucionaria que salvó millones de vidas en todo el mundo. Pero más allá de los quirófanos, fue un hombre que creyó que la medicina debía estar al servicio del otro, no de los intereses económicos. Su legado no solo está en los libros de cardiología, sino en cada paciente atendido con dignidad.
La Fundación Favaloro, su gran sueño, atravesaba por entonces una crisis financiera profunda. A pesar de ser un centro modelo en América Latina, el Estado y varias obras sociales acumulaban deudas millonarias. IOMA, el PAMI y otros organismos nunca saldaron los pagos por prestaciones ya realizadas. Favaloro, fiel a su principio de no rechazar pacientes por falta de recursos, absorbía los costos. Pero el desgaste fue total.
Durante meses, escribió cartas a funcionarios y empresarios. Pidió ayuda, audiencias, puentes. Nunca le respondieron. En una de sus últimas cartas dijo, con dolor: “Estoy cansado de ser un mendigo en mi propio país”.

La Fundación Favaloro, el gran sueño de su vida (www.fundacionfavaloro.org).
El día de su muerte siguió su rutina con precisión quirúrgica. Fue a la Fundación por la mañana, trabajó, evaluó estudios. Luego volvió a su casa, almorzó, se bañó, se afeitó, se puso el pijama y dejó todo ordenado. Las siete cartas estaban listas sobre la mesa. A las 16:30, un disparo seco. A las 17:15, su compañera lo encontró. El país quedó mudo.
En esas cartas no solo pidió perdón a su familia y a su pareja, Diana Truden. También denunció con lucidez la corrupción del sistema. “Ser honesto, en esta sociedad corrupta, tiene su precio”, escribió. “La mayoría del tiempo me siento solo. El proyecto de la Fundación tambalea. Empieza a resquebrajarse”.
Favaloro no improvisó su salida. Fue coherente hasta el final. En su carta a Diana, escribió: “Estoy cansado de luchar. Remando contra la corriente en un país corrompido hasta el tuétano. Tú eres testigo de mi sufrimiento diario”.

La muerte de Favaloro en los diarios.
Su suicidio no fue solo un acto íntimo. Fue también una denuncia pública. Un grito desesperado que, a 25 años, sigue vigente. La Fundación aún funciona, pero su historia recuerda que incluso los más grandes pueden ser ignorados cuando la indiferencia institucional se vuelve norma.
Hoy, mientras se lo homenajea en actos escolares, hospitales y cátedras de medicina, conviene recordar que Favaloro no murió solo por una depresión. Murió porque nadie quiso responderle. Porque el sistema que él intentó cambiar, se lo terminó llevando puesto.
En el espejo de su baño, dejó una nota: “A las autoridades competentes”. Tal vez fue su último diagnóstico. Uno que todavía espera una respuesta.